s. m.Envoltura que contiene productos de manera temporal, principalmente para agrupar unidades pensando en su manipulación, transporte y/o almacenaje
Cinco extraños en el mismo albergue, a la misma hora, hacíamos lo mismo: dejar la carga en las estanterías, en la zona de intercambio. El agua caliente relajaba el cuerpo, y aclaraba la mente. El cartel daba sabiduría e instrucciones: DEJE LO QUE LE SOBRE, TOME LO QUE NECESITE.
Antonio tenía escuelas en Brasil y Melanie producía televisión en Canadá mientras Sonja atendía reptiles en Austria e Ishiro diseñaba circuitos integrados en Tokio. El menor (Franz) estudiaba medicina en Alemania. El tatuaje común: los hombros con marcas rojas, hechas por el roce de las asas del morral. El primer día nos enseñaba que cruzamos los Pirineos con demasiado peso, que no hacía falta tanto. Dejamos ropa, gorras, tenis, botellas de champú, acondicionadores y más. Todo era pesado, innecesario o incómodo. Una chaqueta de microfibra, un mono de media pierna desmontable y dos franelas fáciles de lavar tendrían que ser suficientes.
Antes de dormir, la primera misa del Camino: tres sacerdotes y varios idiomas, bendecían a los peregrinos para el reto, y nos deseaba buenaventura hasta Santiago. Mientras Mel trataba de entender por qué había entrado, si ella de la religión pasaba sin prejuicio ni arrepentimiento, mi mente escuchaba el sermón en background y mis hombros resentían el roce. Mi mente razonaba:
- Aquí toda la gente es nueva, acá no hay que demostrar nada, ¿por qué empaqué tanta tontería? Todos son extraños, todo es nuevo. Tus conocidos, incluida Constanza, están en Caracas. Es momento para reinventarse.
Si uno tiene muchos amigos, debe alegrarse si sólo salen mal dos o tres. Constanza es una de las que nos salió mala. Mala porque aunque todo lo hace de corazón, ella no emite comentarios sino epitafios. Candidata a tener algún grado de Asperger, si le ofreces galletas te responde que le suben el azúcar y se puede morir. Si le muestras un nuevo reloj, te recuerda la inseguridad que hay en Caracas y cuantas personas han muerto el último fin de semana por robo. Si alguien menciona la palabra cáncer, ella responde ¡Horrible forma de sufrir, yo seguro tengo! Hablar más de dos horas seguidas con ella, podría convertirse en causa justificada para lanzarse al metro. La recordé en ese momento porque en el cumpleaños de mi hermano, le regaló uno de sus inusuales elogios:
- Incomprensible. ¿Cómo te casaste con una mujer tan hermosa, siendo tú tan feo?
Él sólo respondió, logrando confundirla y callarla:
- Normal que no lo entiendas, es culpa del envoltorio: ¡Yo con ropa pierdo mucho!
Con excepción de la comunidad nudista, desde que nacemos nos acostumbran a la pena, y a tapar el cuero. Otrora herramienta para el frío, hoy día la ropa nos cambia continuamente, forma parte de nuestra tarjeta de presentación. La acumulamos sin límite. Además, si el vestir o el barbero no fueran suficientes pero el dinero sí, las cirugías reconstruyen narices, muslos, caderas, senos, y cuanto pueda generar complejos, sensación de envejecimiento o distancia de nuestros ideales. La industria del empaque parece no tener límite, mientras cubre nuestros vacíos. Cuenta mi madre que yo era de esos niños que al abrir un regalo, lo dejaba de lado rápidamente y jugaba con la caja. ¿Sería por eso el viejo gusto por las envolturas? La buena noticia es que como todo lo aprendido, es susceptible de desintoxicación, y toma menos de un mes. Usted necesitará sólo diez horas de caminata diaria.
Por todo el norte de España reconoces a los peregrinos por las mochilas, las botas y los bastones, pero sobre todo, aunque no lo notas a primera vista, porque no van muy envueltos. La gorra vuelve a ser para protegerte del sol y la chaqueta para el frío y el viento. Las botas amansadas y la doble media no son para verse bien o ser más alto, sino para protegerte los pies. Una franela debe ser fácil de lavar y exprimir con las manos, secándose con un poquito de sol. Los días van borrando la necesidad de adornos, y a las chicas se les olvida el maquillaje, porque hasta la piel necesita respirar profundamente.
Sólo un mes, para no ser el mismo, para que no te importe más. Luego de un mes, regresando a Caracas, haces otra escala en Tenerife, y lo primero que haces instintivamente es pedir la lavadora para vaciarle el morral. Mientras esperaba para llenar la secadora, rechacé la invitación a salir, no tenía calcetines secos. Fue entonces cuando supe que volvía, mientras mi hermano apuntaba al cuarto de huéspedes, con una sonrisa:
- ¿Para qué esperar? ¿De quién son esas dos maletas a reventar de ropa?
¡Pues mías! Creo. Me quedé un rato mirando el inventario, reconociéndolo. Franelas, calcetines, remeras y shorts de todos colores. La primera impresión fue repulsión, una sensación de desperdicio, de estar viendo ropa mal escogida, poco práctica: ¿Para qué tenía tanta ropa? Debe pesar un montón, esas telas no sirven, tanta costura, tantos botones, no se deben lavar o secar fácil. El morral, que se había vuelto mi casa, sólo tenía espacio para una franela azul y una negra, que eran ligeras, que eran mías. Yo no era esa ropa, yo no acumulaba. Si pongo más ropa hay que sacar la cama (el sleeping bag) o la toalla (el cuero de nadador).
Aunque terminé poniéndome la ropa de la maleta para salir, me acompañaba ese sentimiento de que era ropa prestada, de que ya no me representaba. Si quería buscar algo, era un jean y una franela blanca, sin cuello, ligera y algo transparente, porque lo demás es envoltorio, una forma de ocultar lo que somos, para mostrar lo que los demás dijeron que debemos ser.
Desde entonces, como regla, si compro una pieza de ropa, su equivalente se regala al primero que la necesite. El espacio vale mucho para mí, como para ocuparlo con inutilidades.
La lata de Garbanzos : empaque
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