s. m.Sentimiento de responsabilidad o remordimiento por alguna ofensa, crimen o equivocación, ya sea éste real o imaginario
En mi familia, los hombres tenemos siempre a mano una caja de herramientas. Las mujeres tienen un equivalente: una gaveta con pega (tubos de silicona, una pega “loca” y una latica de pega de zapatero, que nunca será usada para los zapatos). Todos estamos listos para “arreglar” cuando haga falta.
Con la limpieza, el descuido, o simplemente el uso, en casa de mis padres se rompían cosas, teniendo especial predilección por los adornos. Casi nunca roturas fulminantes, candidatas a la pega. Así se repararon materos, asas de tazas, brazos de bailarinas de porcelana, marcos, adornos de vidrio y algún azulejo. En contra del feng shui [1], lo reparado no solo era conservado, sino promovido al uso diario. De lo roto, lo más usado era un plato blanco, astillado en el fregadero. Era un plato sencillo, que no debía costar más de un par de dólares, y que astillado nada valía.
Había tres juegos de platos: dos de la boda de mis padres y otro conocido como “los de diario”. Los primeros eran pesados, decorados con oro y costosos, poco prácticos para el día a día. El temor a romperlos o “descompletar” el juego, reservaba su uso para ocasiones especiales, que nunca llegaron. El plato roto de diario siempre iba a la mesa, siempre para papá, junto a algún clavito de olor [2] de la mezcla de especias portuguesas a base de pimentón que mamá usaba. Ella pensaba que como ya estaba roto, debíamos tentar a la suerte, para que si venía otra astilla, como un rayo, cayera en el mismo sitio. Al final nunca pasó, y por años usamos el plato roto, al que llamamos “el plato de la culpa”. Lo bautizamos así porque cuando preguntamos a mamá: ¿por qué no lo bota? Respondió:
- Es una astilla muy pequeña. Me da pena botarlo, fue mi culpa que se rompiera. Así recuerdo que debo tener más cuidado.
Yo nunca entendí eso de la culpa, y debo admitir que la sentía poco. Según Martha, yo tengo las glándulas del remordimiento atrofiadas. Al parecer no las cultivé lo suficiente, aunque hice lo que todo el mundo: escuché historias tristes, recibí regaños por dejar la comida, estudié en colegio de curas, supe lo que habían dejado de hacer mis padres por cuidarnos, y los domingos en misa repetía al unísono, dándome golpes en el corazón:
- … he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego [3]…
Pese a todo eso, sin remordimiento cancelaba cualquier cita si tenía mucho trabajo o aparecía una mejor opción. Tampoco me importaba si me cambiaban un plan a mí, entendía que todos pueden tener una mejor opción. Cuando eso pasaba, Martha usaba su monosílabo favorito:
- ¿Y?
A lo que respondía sin malicia:
- Y ¿qué?
Eso la ponía de mal humor y volvía la conversa de la glándula. Incluso una vez recurrió a la astrología:
- Si cancelas te tienes que disculpar, prometiendo compensarlo con creces de alguna forma, te tienes que sentir mal, ¿cómo no te lo ha explicado nadie? Lo que pasa es que tu Saturno es mudo. Tu juez es mudo.
Al parecer no se refería al planeta de los anillos, sino a una especie de voz de mi conciencia (que yo había puesto en off) y que permite a los demás manipularte. Originalmente diseñada para mantenerte alerta al peligro, la sociedad la ha vuelto una herramienta de manipulación, muy usada por gobernantes, evangelistas, pastores y cónyuges.
En el mundo de Fernando, la culpa se cultiva en la tierra fértil del remordimiento, en el sentir que no “mereces” las cosas, y que has recibido algo por lo que no pagaste o trabajaste lo suficiente. La iglesia te promete perdón por los pecados cometidos, o benevolencia a los futuros, aunque “no lo merezcas”. Los gobiernos dan misiones, dólares preferenciales, gasolina barata y alimentos regulados, mientras aclara que hace un gran esfuerzo para “regalarte” cosas, que no recibiste antes ni mereces. Luego te cobran caro esa caridad mal entendida, muy caro. Pagas con la moneda de la lealtad, de la aceptación del abuso, de la entrega de tu herencia. La culpa llama al castigo.
Como nada es para siempre, en un desayuno de domingo donde mi papá estaba de inusual buen humor, vio el plato reluciente esperando ser servido. Sin explicación, y creo que sin pensarlo mucho, lo tomó y lo dejó caer al suelo, partiéndolo. Aunque nadie preguntó, respondió:
- Hace tiempo se me quería caer. Mamá y yo ya pagamos suficiente.
Cuando la culpa baja la guardia, entiendes que vive en ti porque la alimentas. Cuando valoras tu trabajo y entiendes tus derechos, el merecimiento crece y ya no estás dispuesto al castigo. La culpa es un sentimiento frágil, que hay que romper para que no te manipule.
De la mayor parte de las vajillas de lujo, dio cuenta el deslave de la Guaira en 1999. De cuidarlas tanto, muchas piezas nunca se usaron y terminaron frustradas y rotas en el mar. Lo que sobrevivió fue promovido “al diario”.
La lata de Garbanzos : culpa
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[1] Literalmente 'viento y agua', es un sistema ancestral de estética chino que utiliza las leyes del Cielo (astronomía) y la Tierra (geografía) para mejorar la vida recibiendo qi positivo. Es una disciplina reconocida ampliamente como pseudo-ciencia. En particular evita mantener cosas rotas o gavetas que no abren con facilidad.
[2] Especie aromática usada para preparar platos dulces y salados. Su sabor/olor es referido como “pasta de dentista”.
[3] Extracto del Acto Penitencial.
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