miércoles, 15 de enero de 2014

Familia

s. f. Agrupación social basada en lazos de parentesco, como un vínculo social o consanguíneo.
Ayer le hicimos un reconocimiento a las plantas de mi apartamento, sobrevivientes de una generación de variedades, diezmadas por el racionamiento de atención y agua. Luego de seis años y un buen clima, un ejército de sábilas y tres júcaros mantienen con mucho esfuerzo el verde en la casa. Las matas de plástico no son una opción.

Una vez por semana, la chica que limpia riega las plantas, y una vez por año yo las podo y completo la tierra que se ha ido por el inodoro. Éste era uno de esos sábados anuales, en los que viendo cuánto había mermado el nivel de tierra, salí a comprar la de repuesto. Hay un vivero frente al edificio, así que bajé caminando aún con pantalón para dormir. En diez minutos debía estar de vuelta según el plan, pero una hora después, trataba aún de contener las lágrimas de Elisa, mientras sus niños giraban los papagayos. Sin saber qué más decir, sólo podía pensar: ¡Yo sólo vine por tierra!

De niño uno aprende lo que significa la familia. Luego de las abejas y cigüeñas, en la nuestra había un papá, una mamá y cuatro varones que dejamos a mi mamá bastante cuerda y a papá calvo con el pasar de los años. Las plantas no tuvieron la misma suerte, la mayoría cedió a los golpes de balones, resbalones de patines, bicicletas y patinetas o a algún spray para la plancha confundido con insecticida. También cayeron todas las que estaban cerca del rayado con tiza que marcaba las arquerías. La familia para mí estaba clara, porque la nuestra se formó por un vínculo social (el matrimonio) entre dos (en realidad tres, ya que se casaron por poder, con mi abuelo paterno en nombre de mi papá en Portugal). Aprendí como todos, a decir que no sé a quién quiero más: si a papá o a mamá, convencionalismo que nunca entendí. Yo era y soy capaz de poner mis afectos en perfecto orden y asignarle puntos si me preguntan, aunque es algo que nadie quiere oír.

Con tiempo entendí que mi concepto de familia debía ampliarse. Se podía cambiar sangre por adopción, matrimonio por convivencia, dos por tres, etc. Llegaba a algo como: gente que vive junta. Eso volvía familia a personas que trabajan en una empresa (que pasan más tiempo entre ellos que con su familia consanguínea) y a grupos de estudio. La diferencia estaba en que para ser familia había que estar de acuerdo, tener conciencia del vínculo. Entonces familia era gente que vive junta y que está de acuerdo en serlo. Eso funcionó hasta el cumpleaños de Andrea.

Andrea es una amiga de coincidencia, una señora que nada en los mismos días y horarios que yo, en la piscina del instituto de deportes de la alcaldía. Como la mayor parte de esos amigos de coincidencia, no sé su apellido, no sé dónde vive, no sé su edad (pensaría que unos 60 años) ni mucho más. Sólo sé que nada conmigo, que es amable y que prepara un buen dulce de lechosa, que trae algunas veces para compartir. Creo además, que es contadora.

Un viernes a las seis de la mañana, Andrea llegó más contenta que de costumbre, era su cumpleaños. Tras enterarnos, todos la felicitamos con besos y abrazos. Había traído su tradicional dulce y alguien más, que le conocía mejor, trajo una torta. Cantamos cumpleaños con un coro improvisado y apagó la vela (ni siquiera sé cuántos años cumplía). Luego de los aplausos, unas palabras breves:

- Gracias a todos, les quiero mucho, ustedes son mi familia, con Dios y con ustedes me levanto cada día.

Ese comentario, me llamó mucho la atención, no podía dejar de pensar:

- Un momento, pero si todos saben que para ser familia hay que estar de acuerdo. ¿Cómo puedo ser su familia si ella no es la mía? ¿Era ella una atrevida o yo una mala persona, por no sentir lo mismo? ¿Dónde estaba su otra familia?, porque debía haber otra. ¿Se pueden tener dos?

Al terminar la celebración la gente se fue retirando a iniciar su día de trabajo. Yo me quedé un rato, quería hablar con ella. Le comenté sobre lo bonito de su comentario y las dudas que me había provocado. De no conocerla de casi nada, ahora quería saber cómo llegué a ser su familia. Tal vez era sólo un comentario políticamente correcto y no debía darle importancia. De una conversación interesante, llamó mi atención:

- Ingenieros, siempre buscándole la quinta pata al gato. De esa “otra” familia de la que hablas sólo queda una hermana y un par de sobrinos, a los que veo poco y les importo menos. Nos reunimos una vez al año en la misa de papá, donde decimos que nos extrañamos mucho. Yo decidí que por estos días mi familia son ustedes, y para eso no les pedí permiso.

Parecía razonable, pero seguía sintiendo que debió preguntarnos si queríamos ser su familia, a menos que fuera un sentimiento incontrolable. Al parecer había dado en el clavo. Ella continuó:

- Exactamente, para mí la familia es un sentimiento, y como el amor, no tiene que ser correspondido. Tú puedes ser mi familia sin que yo sea la tuya. Piénsalo, si por cualquier causa dejo de venir un par de días, alguno de ustedes llama a preguntar si me pasa algo, si necesito algo, y ofrecen ayudar con alguna diligencia. Ustedes nadan conmigo y me desean buenos días o feliz semana. Eso no parece mucho, pero con o sin intención, con ustedes es con quien cuento, y para mí eso es suficiente. A lo mejor yo de la familia siempre esperé muy poco, y lo que tengo ahora me alcanza. Han llegado al extremo de llevarme sopa un día que tenía quebranto.

Pasé el viernes pensando en eso, en que la familia son las personas con las que cuentas. Ponerse de acuerdo ya no era relevante, considerando que parecía ser una decisión unánime, y el vivir juntos pasaba a convertirse en compartir juntos, como nosotros en la piscina, sin techo. Este pensamiento duró un día, porque al despertarme el sábado, tenía que ir a comprar tierra.

Al entrar al vivero, dos niños corrían entre las bandejas de matas, llevando unos papagayos de papel con forma de hélice, que trataban de hacer girar impulsados por sus carreras. Tomé mi bolsa de tierra y fui a la caja a pagarla. Como era aún temprano, el vendedor no tenía cambio para mi billete. Una chica de mirada triste que vigilaba a los niños, ofreció pagar los papagayos primero, para dejar cambio en la caja. Pagué y le agradecí:

- Muchas gracias. Anímese, que es un buen día. Sus niños no han de querer verla triste.

Sin advertencia, rompió en llanto y corrió a sentarse en un pequeño muro de cemento sobre el que caían unos helechos. La seguí, para entender que no quería que los niños la vieran, necesitaba desahogarse con un extraño, que no le juzgara. Ese día me tocaba ser ese extraño:

- Ellos son mis sobrinos Andrés y Javier. Mi hermana y su esposo partieron hace dos meses. Ahora viven conmigo, y son unos ángeles, pero no me siento capaz de tenerlos, es demasiada atención y cuidados que no sé darles. Pasé de ser la madrina para la foto de Javier a ser la madre. No estoy preparada y me siento desesperada, mi madre es muy vieja para ayudarme. Todo ha sido tan rápido, dejé de dormir, y no he tenido tiempo ni siquiera para llorar a mi hermana, me duele la cara de forzar una sonrisa frente a ellos.

Convencido de que el destino sabe lo que hace, traté de darle ánimo, de convencerle de que el tiempo mermaría la tristeza y que el equilibrio traería alegría. Ellos eran ahora su familia, ellos contaban con ella, y como Andrea, no habían preguntado. En lugar de calmarla empeoraba:

- ¿Familia? Siempre la quise pero mi novio no. Aunque todos decían que él no valía la pena, era a quien tenía y era bueno conmigo. Se ha ido, no quiere esta responsabilidad, me convertí para él en una mujer con maletas.

Un último intento, ser duro:

- Pues ya empezaste a recibir cosas buenas. Si no fue capaz de ayudarte en esta situación, es un inútil que ciertamente poco valía la pena. Dale gracias a los niños, a Dios y a él por irse. Al que está pero no ayuda cuando hace falta, hay que darle las gracias cuando se va. Aprendí que si no cuentas con alguien no es tu familia. En cambio ellos cuentan contigo y tú contarás con ellos cada día. Hoy les une el dolor, por siempre les unirá la sangre. Vendrá el tiempo donde te permitirás estar triste.

Cerró los ojos y echó su cabeza atrás por un momento. Luego me regaló una sonrisa y un abrazo. Sin más palabras, echó su cartera al hombro y marchó con los niños de la mano. Iba a pie, por lo que asumo que vivía cerca, no la volví a ver.

Mi familia de sangre será siempre la misma, y aprendí a querer a algunos cuando el afecto no me nacía, encontrando cosas pequeñas, que puestas juntas daban para admirar. Si me preguntan hoy, de tanto que puede significar, me quedo con el pensamiento de Andrea, familia es un sentimiento que nace cuando a uno le traen sopa.

La lata de Garbanzos : familia

2 comentarios:

  1. Decía mi tío Enrique que "los amigos son parientes escogidos". Cuánta razón...

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  2. este es mi articulo preferido de todos..
    yo siempre digo que hay dos cosas que no puedes escoger..

    1. a nuestra familia
    2. a la familia de tu pareja o amigos

    la familia no la escoges, la familia viene con el combo...

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