s. f. Mujer que realiza un acto heroico o tiene habilidades sobrehumanas. |
Los talleres de inmersión social son actividades académicas interesantes. Nos hicieron ir, acompañados de policías y líderes vecinales, a barriadas de ingresos bajos y peligrosidad media. La meta era hacernos entender su día a día, y sus necesidades.
Había que entrar a las 9:00am y salir antes de las 11:00am, mientras los malandros armados dormían y se podía caminar sin riesgo de encontrar una bala. Una de las paradas incluía hablar con Anaël, un pastor belga que dedicó su vida a trabajar con la iglesia y las escuelas en los barrios más pobres. Cuando llegamos hablaba con Pedro, un chico de unos 25 años, que triste le pedía que convenciera a Ana de dejarle volver a casa. Todos empezamos a especular sobre los antecedentes de la conversación, resultando ganadora por votación, la versión de las chicas del grupo:
- Seguro éste le ha puesto los cuernos a la mujer y ella lo ha botado de la casa.
Casi habíamos acertado, al menos en el motivo oficial:
- Pedro es un buen chico, le he visto crecer y doy fe de cuanto quiere a su mujer, pero está perdido. Lleva tres años con Ana y tienen dos hijas. A ella se le ha metido en la cabeza que él tiene otra y le ha botado sus cosas en la escalera. No es la primera vez, hace mucho que ella quiere deshacerse de él. Mucho le quiere, pero está irremediablemente destinada a ser como su madre.
Un poco confundidos, nos sentamos a tratar de entender. Anaël trajo los dibujos de sus alumnos con la familia, y los repartió entre todos. Encontrar que tenían en común era fácil, dos figuras de palitos: el niño con su mamá. Algo no andaba bien, ¿y el papá? La explicación era simple:
- Venezuela es matriarcal. Mis niños pocas veces tienen la figura del padre. Tienen hermanos y hermanas, pero rara vez los hacen parte de sus dibujos. Cuando les hablo de familia piensan en ellos de la mano de su mamá, su heroína. Ella los cuida, los alimenta y los protege. A papá no le conocieron o se ha ido, para dejar el espacio a los papás de los hermanos, que no les quieren y que también se irán.
La historia ciertamente es un lugar común, que todos habíamos oído antes. Pero ¿tan común? ¿Tan frecuente como para ser el patrón y no la excepción? Era sólo el inicio. Yo heroína lo asociaba en mi mente a la Mujer Maravilla, o a las comiquitas de las Chicas Super Poderosas que tanto miran mis sobrinas. El relato continuaba a pesar de mis pensamientos:
- Los niños crecen admirando a su madre. Ella trabajará por ellos y hará lo que haga falta, legal o no. Cuando crezcan saldrán un día a buscar su vida. Ya las niñas no volverán a casa. El destino de los varones es otro, su cuarto se mantendrá intacto por si necesitan regresar, solos o con los nietos. Ellos son los proveedores finales, los que mantendrán la casa cuando nuestra heroína cuelgue la capa. Las niñas salen a la carrera de la vida con piedras en los zapatos; si sus maridos las abandonan, caen presos o muertos, estarán solas, si las engañan estarán decepcionadas de muerte y en los casos como el de Pedro, que no ha hecho nada, igual les botan de la casa por una traición inventada. Lo que les sucede es que no les necesitan, con los niños en puerta ellas van a ser como su mamá, que no necesitó de un marido para criar a sus hijos.
Esa realidad parecía inventada. Las mujeres del grupo estaban rayando en la molestia, ofendidas en parte. Empezaron las protestas y los retos a las conclusiones. Anaël se disculpaba sin ceder:
- Me gustaría decirles que aquí la familia es otra, que es como la de los libros y los cuentos, pero después de 40 años sólo puedo contarles lo que he visto. No sé cómo cambiarlo y mucho lo he intentado. Si alguno sabe cómo robarles esa herencia estoy dispuesto a intentarlo, parece genético, aunque entiendo que no debe serlo. Aquí los maridos son declarados culpables sin juicio.
Un poco decepcionados, continuamos la visita, encontrándonos a una de esas madres que hacían lo que era necesario. Ya nos habían advertido que 1 de cada 6 mujeres eran vendedoras de droga, eso no tenía que ser una sorpresa. Con gusto respondía nuestras preguntas, estaba orgullosa:
- No crea jefe, acá en el barrio las mujeres camellamos que jode. Una se para a las cinco de la mañana pa’ las loncheras, bajarlos al colegio y empezar a vender. En la entrada del barrio se paran los mejores carros de Caracas, puro Mercedes, porque aquí se consigue de todo. A veces los niños llegan y nos ven, pero ellos saben cómo es todo, unos guerreros. Ellos saben que eso es pa’vender, no pa’consumir.
El término seguía retumbando en mi cabeza, ahora no podía dejar de imaginar la ironía de que la heroína de este cuento se vendiera a ella misma. Tampoco supe qué vendían exactamente, qué significa en un ambiente de escasez: “tener de todo”.
Apurados, acelerábamos la visita, mientras se acercaba la hora temida y anunciada. Ya en la salida del barrio, con mucho dolor separábamos a la fuerza a una chica de nuestro grupo, de una nena que se le había prendido en los brazos desde que llegamos. La nena debe haber confundido a Mara con su mamá y no la soltaba, mientras ella entre lágrimas nos preguntaba, resignada y sin esperanza:
- ¿Están seguros de que no me la puedo llevar? Ella merece otra familia. Aunque no tengo ningún poder, Carlos sería un buen padre, uno que nunca la deje, él puede ser su héroe.
La lata de Garbanzos : heroína
Había que entrar a las 9:00am y salir antes de las 11:00am, mientras los malandros armados dormían y se podía caminar sin riesgo de encontrar una bala. Una de las paradas incluía hablar con Anaël, un pastor belga que dedicó su vida a trabajar con la iglesia y las escuelas en los barrios más pobres. Cuando llegamos hablaba con Pedro, un chico de unos 25 años, que triste le pedía que convenciera a Ana de dejarle volver a casa. Todos empezamos a especular sobre los antecedentes de la conversación, resultando ganadora por votación, la versión de las chicas del grupo:
- Seguro éste le ha puesto los cuernos a la mujer y ella lo ha botado de la casa.
Casi habíamos acertado, al menos en el motivo oficial:
- Pedro es un buen chico, le he visto crecer y doy fe de cuanto quiere a su mujer, pero está perdido. Lleva tres años con Ana y tienen dos hijas. A ella se le ha metido en la cabeza que él tiene otra y le ha botado sus cosas en la escalera. No es la primera vez, hace mucho que ella quiere deshacerse de él. Mucho le quiere, pero está irremediablemente destinada a ser como su madre.
Un poco confundidos, nos sentamos a tratar de entender. Anaël trajo los dibujos de sus alumnos con la familia, y los repartió entre todos. Encontrar que tenían en común era fácil, dos figuras de palitos: el niño con su mamá. Algo no andaba bien, ¿y el papá? La explicación era simple:
- Venezuela es matriarcal. Mis niños pocas veces tienen la figura del padre. Tienen hermanos y hermanas, pero rara vez los hacen parte de sus dibujos. Cuando les hablo de familia piensan en ellos de la mano de su mamá, su heroína. Ella los cuida, los alimenta y los protege. A papá no le conocieron o se ha ido, para dejar el espacio a los papás de los hermanos, que no les quieren y que también se irán.
La historia ciertamente es un lugar común, que todos habíamos oído antes. Pero ¿tan común? ¿Tan frecuente como para ser el patrón y no la excepción? Era sólo el inicio. Yo heroína lo asociaba en mi mente a la Mujer Maravilla, o a las comiquitas de las Chicas Super Poderosas que tanto miran mis sobrinas. El relato continuaba a pesar de mis pensamientos:
- Los niños crecen admirando a su madre. Ella trabajará por ellos y hará lo que haga falta, legal o no. Cuando crezcan saldrán un día a buscar su vida. Ya las niñas no volverán a casa. El destino de los varones es otro, su cuarto se mantendrá intacto por si necesitan regresar, solos o con los nietos. Ellos son los proveedores finales, los que mantendrán la casa cuando nuestra heroína cuelgue la capa. Las niñas salen a la carrera de la vida con piedras en los zapatos; si sus maridos las abandonan, caen presos o muertos, estarán solas, si las engañan estarán decepcionadas de muerte y en los casos como el de Pedro, que no ha hecho nada, igual les botan de la casa por una traición inventada. Lo que les sucede es que no les necesitan, con los niños en puerta ellas van a ser como su mamá, que no necesitó de un marido para criar a sus hijos.
Esa realidad parecía inventada. Las mujeres del grupo estaban rayando en la molestia, ofendidas en parte. Empezaron las protestas y los retos a las conclusiones. Anaël se disculpaba sin ceder:
- Me gustaría decirles que aquí la familia es otra, que es como la de los libros y los cuentos, pero después de 40 años sólo puedo contarles lo que he visto. No sé cómo cambiarlo y mucho lo he intentado. Si alguno sabe cómo robarles esa herencia estoy dispuesto a intentarlo, parece genético, aunque entiendo que no debe serlo. Aquí los maridos son declarados culpables sin juicio.
Un poco decepcionados, continuamos la visita, encontrándonos a una de esas madres que hacían lo que era necesario. Ya nos habían advertido que 1 de cada 6 mujeres eran vendedoras de droga, eso no tenía que ser una sorpresa. Con gusto respondía nuestras preguntas, estaba orgullosa:
- No crea jefe, acá en el barrio las mujeres camellamos que jode. Una se para a las cinco de la mañana pa’ las loncheras, bajarlos al colegio y empezar a vender. En la entrada del barrio se paran los mejores carros de Caracas, puro Mercedes, porque aquí se consigue de todo. A veces los niños llegan y nos ven, pero ellos saben cómo es todo, unos guerreros. Ellos saben que eso es pa’vender, no pa’consumir.
El término seguía retumbando en mi cabeza, ahora no podía dejar de imaginar la ironía de que la heroína de este cuento se vendiera a ella misma. Tampoco supe qué vendían exactamente, qué significa en un ambiente de escasez: “tener de todo”.
Apurados, acelerábamos la visita, mientras se acercaba la hora temida y anunciada. Ya en la salida del barrio, con mucho dolor separábamos a la fuerza a una chica de nuestro grupo, de una nena que se le había prendido en los brazos desde que llegamos. La nena debe haber confundido a Mara con su mamá y no la soltaba, mientras ella entre lágrimas nos preguntaba, resignada y sin esperanza:
- ¿Están seguros de que no me la puedo llevar? Ella merece otra familia. Aunque no tengo ningún poder, Carlos sería un buen padre, uno que nunca la deje, él puede ser su héroe.
La lata de Garbanzos : heroína
No hay comentarios.:
Publicar un comentario