s. m. Renuncia o descuido de los intereses y obligaciones. |
Un buen peregrino sueña con llegar a la Catedral de Santiago de Compostela y abrazar la estatua antiquísima del Apóstol de Jesús. Es un momento emocionante, de gran abandono y entrega, que ocurre en el altar mayor. Además, nos permite una vista magnífica de la nave principal.
Mi hermano José Luis dice que soy una persona terca en extremo, que me aferro a las cosas aunque no me convengan, que tengo la fuerza para torcer mi destino y que eso no es bueno. Recuerdo decirle un par de veces, que en el fondo lo que pasa es que no me gusta el abandono. Creo que Dios concede siempre la victoria al que persevera y se esfuerza. En el fondo pensaba que renunciar era una forma de perder, aceptar que emprendí una aventura inadecuada, que era otro el camino correcto y que el tiempo invertido estaba perdido. Traté de convencerme de que el abandono tenía un lado amable, una oportunidad a nuevas experiencias, al reemplazo de lo que dejé, pero nunca me compré ese razonamiento, aunque siempre he sido muy convincente. Y es que yo consejos vendo, pero para mí no tengo.
Ésta es parte de la historia de Jean Paul, un anciano francés con el que nunca hablé, pero del que aprendí que a veces el que persevera no alcanza, que el que abandona debe hacerlo aunque no quiera, y que podemos renunciar sin esperanza, porque lo único nuevo a cambio es la aceptación.
A las cinco de la mañana comenzó el ruido en el albergue, los que salían temprano empezaban a recoger las bolsas de dormir. Era el día de llegar a Nájera, con dos ampollas casi curadas y cuatro nuevas recién cosidas. Primera parada, un vaso de chocolate caliente y un bocadillo de tortilla de papa. Las flechas amarillas nos llevaban a buen destino, por espacios abiertos y un poco de lluvia, que no era suficiente para justificar el calor del poncho.
Luego de tres horas le vimos, peleando con el viento y aferrado como podía al bastón. Su mochila era inusualmente ligera y tenía un atuendo más descuidado que el promedio, lo que es decir bastante. Debía tener 80 años al menos, cabello cano y ojos muy azules, en una vista nublada por alguna condición que no pudimos adivinar. Nos saludó de buen ánimo al tiempo que nos hacía un ademán para que no paráramos.
Tras responder al saludo de Mel en francés, ella le ofreció nuestra intención de ayudarlo a volver al pueblo que acabábamos de dejar atrás, hasta que hiciera mejor tiempo. No nos dejó ayudarle, pero le permitió a Mel que lo acompañara un rato, a paso lento y tratando de servirle de segundo bastón.
Debe haber pasado media hora, cuando Mel le dejó atrás y nos alcanzó con los ojos rojos e hinchados. Durante un buen rato no dijo palabra. Todos nos vimos las caras pensando lo mismo: si le preguntamos ahora rompe en llanto. Cuando se calmó y habíamos perdido de vista al peregrino nos dijo:
- Hubiera sido un error hacerle volver. Se llama Jean Paul y está muy enfermo. Durante años se sometió a quimio-terapia, pero perdió la batalla. Le han dado muy poco tiempo. Lo lleva bien. Hace una semana se despidió de su familia, ordenó sus pertenencias y quemó lo que sobraba. Siempre quiso hacer el Camino, pero lo postergó una y otra vez, hasta ahora. Renunció a todo lo demás. No cree que llegue a Santiago, pero quiere morir aquí, lo más cerca que pueda de la catedral. Lleva un escrito para quién lo encuentre, y dinero para una lápida, que debe decir: Jean salió de Paris en 2005, y en este punto, se abrazó a Santiago.
Las próximas horas estuve callado, pensando en la gracia de tener salud, de tener destino, de tener un ticket de avión de vuelta a casa, donde hay gente que me espera. Soy afortunado, nunca he salido sabiendo que no volveré, nunca he salido a morirme. Muchos de los que creí problemas, desaparecieron, o pasaron a tener una nueva dimensión. Entendí que yo nunca abandoné nada, sólo dejé a personas y cosas por otras mejores, por otras nuevas, quejándome de forma egoísta solamente por no tener ambas. Eso no es abandono, abandono es aceptar sin temor, que la vida se acabó.
La lata de Garbanzos : abandono
Mi hermano José Luis dice que soy una persona terca en extremo, que me aferro a las cosas aunque no me convengan, que tengo la fuerza para torcer mi destino y que eso no es bueno. Recuerdo decirle un par de veces, que en el fondo lo que pasa es que no me gusta el abandono. Creo que Dios concede siempre la victoria al que persevera y se esfuerza. En el fondo pensaba que renunciar era una forma de perder, aceptar que emprendí una aventura inadecuada, que era otro el camino correcto y que el tiempo invertido estaba perdido. Traté de convencerme de que el abandono tenía un lado amable, una oportunidad a nuevas experiencias, al reemplazo de lo que dejé, pero nunca me compré ese razonamiento, aunque siempre he sido muy convincente. Y es que yo consejos vendo, pero para mí no tengo.
Ésta es parte de la historia de Jean Paul, un anciano francés con el que nunca hablé, pero del que aprendí que a veces el que persevera no alcanza, que el que abandona debe hacerlo aunque no quiera, y que podemos renunciar sin esperanza, porque lo único nuevo a cambio es la aceptación.
A las cinco de la mañana comenzó el ruido en el albergue, los que salían temprano empezaban a recoger las bolsas de dormir. Era el día de llegar a Nájera, con dos ampollas casi curadas y cuatro nuevas recién cosidas. Primera parada, un vaso de chocolate caliente y un bocadillo de tortilla de papa. Las flechas amarillas nos llevaban a buen destino, por espacios abiertos y un poco de lluvia, que no era suficiente para justificar el calor del poncho.
Luego de tres horas le vimos, peleando con el viento y aferrado como podía al bastón. Su mochila era inusualmente ligera y tenía un atuendo más descuidado que el promedio, lo que es decir bastante. Debía tener 80 años al menos, cabello cano y ojos muy azules, en una vista nublada por alguna condición que no pudimos adivinar. Nos saludó de buen ánimo al tiempo que nos hacía un ademán para que no paráramos.
Tras responder al saludo de Mel en francés, ella le ofreció nuestra intención de ayudarlo a volver al pueblo que acabábamos de dejar atrás, hasta que hiciera mejor tiempo. No nos dejó ayudarle, pero le permitió a Mel que lo acompañara un rato, a paso lento y tratando de servirle de segundo bastón.
Debe haber pasado media hora, cuando Mel le dejó atrás y nos alcanzó con los ojos rojos e hinchados. Durante un buen rato no dijo palabra. Todos nos vimos las caras pensando lo mismo: si le preguntamos ahora rompe en llanto. Cuando se calmó y habíamos perdido de vista al peregrino nos dijo:
- Hubiera sido un error hacerle volver. Se llama Jean Paul y está muy enfermo. Durante años se sometió a quimio-terapia, pero perdió la batalla. Le han dado muy poco tiempo. Lo lleva bien. Hace una semana se despidió de su familia, ordenó sus pertenencias y quemó lo que sobraba. Siempre quiso hacer el Camino, pero lo postergó una y otra vez, hasta ahora. Renunció a todo lo demás. No cree que llegue a Santiago, pero quiere morir aquí, lo más cerca que pueda de la catedral. Lleva un escrito para quién lo encuentre, y dinero para una lápida, que debe decir: Jean salió de Paris en 2005, y en este punto, se abrazó a Santiago.
Las próximas horas estuve callado, pensando en la gracia de tener salud, de tener destino, de tener un ticket de avión de vuelta a casa, donde hay gente que me espera. Soy afortunado, nunca he salido sabiendo que no volveré, nunca he salido a morirme. Muchos de los que creí problemas, desaparecieron, o pasaron a tener una nueva dimensión. Entendí que yo nunca abandoné nada, sólo dejé a personas y cosas por otras mejores, por otras nuevas, quejándome de forma egoísta solamente por no tener ambas. Eso no es abandono, abandono es aceptar sin temor, que la vida se acabó.
La lata de Garbanzos : abandono
Ah... "el Camino te da lo que necesitas". Qué gran verdad.
ResponderBorrarZip. No hay qui llevar nada, sólo recibir :)
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