miércoles, 7 de mayo de 2014

Relevo

s. m.Sustituir a una persona por otra en un empleo, cargo u otra actividad.
En ocasiones cuando despierto, no entiendo dónde estoy. Y no es que acostumbre amanecer en cualquier sitio, pero a veces la conciencia no ha calentado todavía y el cuerpo ya se ha levantado. Toma unos segundos entender dónde me quedé dormido.

Esto empezó una noche de cine, en la que me dormí viendo una película muy lenta sobre un paseo por unos viñedos. La amplia butaca, cómoda por demás, me hizo creerme en mi cama. Sin abrir los ojos pensé:

- ¡Otra vez me dormí con ropa!

Acto seguido me quité la franela. Con una mano buscaba la cobija inexistente y con la otra daba cuenta del pantalón, cuando Cris reaccionó con un golpe de codo en las costillas que aún recuerdo con “cariño”. Desde ese día, los despertares lentos pasan por un chequeo rápido que incluye vestir al menos ropa interior.

Era otro de esos días. Algún peregrino del albergue se levantó antes de las 4:00am, con la gracia que caracteriza a un rinoceronte: tropezando y despertando a todos. Luego de un minuto, ya me ubicaba en España y en el Camino, era el último día con mis primeros nuevos amigos.

Sonja no podía alargar más su viaje, sus reptiles la esperaban en Austria. Antonio ya se había despedido; enganchado hace tres pueblos con una hospitalera. Melanie debía encontrarse a la mañana siguiente con su madre para iniciar sus vacaciones conjuntas en alguna playa en las costas de África. Era una jornada sobre los 30 kilómetros si mal no recuerdo.

Recogimos los morrales y salimos a caminar hasta encontrar un bar abierto, para el Cola-cao y el bocadillo de tortilla. Desayunados y contentos Sonja se despedía como de costumbre. Cada mañana, luego de comer, ella aceleraba el paso y nos esperaba en un punto acordado, esta vez un albergue a la entrada de Burgos.

Caminamos entre paisajes abiertos, música, monumentos, iglesias, puentes y los ritos de tradición que recomendaba la guía, todo contabilizaba como un buen día. Llegando al punto de encuentro estaba muy cansado, los pies querían parar y las ampollas amenazaban con hincharse. Mala noticia: albergue estaba cerrado por reparaciones. En la puerta de madera pintada de azul y con grandes aldabas, había una nota de Sonja: sigan caminando, hay otro hostal a la salida, yo los anoto.

Seguimos con ánimo, sin percatarnos de que Burgos no era un pueblo más, esto si entraba en el ranking de ciudad. El próximo albergue estaba a unos 10 kilómetros, en un día que ya había tenido demasiado recorrido. Caminamos sin reparar demasiado en los arcos, por demás impresionantes, ni en las afiladas torres de la catedral, sólo queríamos llegar. Cada vez que preguntábamos por cuánto faltaba, la respuesta era la misma: estábamos cerca. Empezaba a molestarme. Me sentía en los llanos venezolanos, donde todo queda “cerquita” aunque uno demore horas en llegar.

El albergue no aparecía y yo estaba demasiado cansado. No lo quería hacer, pero tenía que parar, tenía que tomar algo. Entramos a un bar por una soda. Dejé el morral y el bastón en una silla. La coca-cola estaba fría, me la tomé en un trago y dejé el vaso vacío en la barra junto al pago. Refrescado, debía ir al baño, llamaba el número uno. Lavándome las manos me vi en el viejo espejo. Algo andaba mal, ese no era yo.

Mi piel estaba envejecida y curtida, la barba crecida y llena de polvo. Tenía el cabello menos ralo y un poco más largo. Me vi durante un rato, sin miedo, pensando que realmente necesitaba afeitarme, que necesitaba una ducha, había demasiado abandono, incluso para un peregrino de Compostela, mis ojos eran los mismos. El pomo de la puerta, detrás del lavamanos, era dorado, debían haberlo cambiado hace poco. Lo tomé para abrir y salir a entender qué pasaba, cuando alguien bajó el telón.

Desperté en el albergue, tenía frío, dolor de cabeza, estaba temblando. Me latían los pies y las manos, como si les hubieran puesto corazones. Mel y Sonja estaban sentadas a un lado de la cama, mirándome con preocupación. Otra vez esa sensación que me incomoda tanto, esa falta de ubicación: ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?

Sólo podía pensar en un baño, en borrar la imagen del espejo. Como era tarde había duchas libres y nadie esperando. Tomé mucho tiempo en afeitarme, con cuidado y repetidamente hasta que la barba roja quedó en el drenaje. La tubería de la ducha salía desde el piso, anclada por fuera de la pared por unas arandelas a la altura de la reluciente llave amarilla. Le di varios golpes con los nudillos, aunque todavía hoy no entiendo para qué hice eso ¿de qué tenía la culpa la tubería? Al salir, confirmé de nuevo con el espejo, que ya era yo. Me cosí las ampollas nuevas y salimos a comer. Mitad del camino a la cena estuvimos en silencio, hasta que Mel decidió preguntar:

- ¿Qué te pasó? Estaba muy asustada.

No tenía respuestas:

- No lo sé, no sé cómo llegué al albergue, sólo recuerdo hasta salir del baño, luego del refresco. Lo demás está en blanco.

Me abrazó de un costado, y con una sonrisa caminamos al encuentro de la comida, al parecer ella sabía algo que yo no. En la mesa, terminados los abrebocas, llenó los espacios en blanco:

- Saliste del baño muy pálido, con la mirada desorbitada, algo te había asustado. Tenías la cara rara. Cargaste el morral y saliste sin decir palabra. Tomé tu bastón y te seguí, preguntando qué pasaba. Sólo alcanzaste a decir algo que no entendí, ya no querías hablar inglés. Caminamos a prisa lo que quedaba hasta el hostal y el hospitalero te recibió de buen humor. Al ver los nombres llamó a Sonja, que ya había apartado camas. Le llamó la atención que iniciaras en Caracas y te preguntó si hablabas español, le dijiste que sí y comentaste algo, pero seguías hablando en portugués. Nos quedamos todos un poco confundidos. Sellaste el pasaporte y pagaste de nuevo, mientras Sonja te decía que ya ella lo había hecho. Fuiste a la cama y te quedaste dormido. Temblabas, pero no tenías fiebre. Te vigilamos el sueño hasta que te levantaste, aunque ya estábamos considerando seriamente buscar ayuda.

Lo que oía era el cuento de un extraño. No entendía que pasó, aún hoy no lo sé. Tal vez el cerebro es como un disco duro, que ese día escribió en un sector dañado. Los que saben del cuento me han sugerido desde una droga de contacto en el pomo del baño hasta alguna sustancia en la bebida (los venezolanos gozamos de un toque de paranoia). Otros dicen que fue el efecto de todo el vino que me había tomado desde que llegué a España, que reconozco fue mucho. Tal vez fue “culpa del imperio”. Ciertamente, el cansancio juega malas pasadas. Mel tiene su propia teoría:

- A mi mamá le pasa todo el tiempo. Ella siembra un pequeño lote de tierra detrás de casa. Cuando el trabajo es mucho, medita y pide ayuda. Entonces la ayuda llega a terminar la tarea. Algunos lo llaman relevo, otros “intercambio de estudiantes” aunque esto es para algo permanente. Cuando uno pide ayuda, ayuda recibe. Toman cuenta del cuerpo, tu mente descansa.

Nunca pregunté qué cultivaba su mamá, porque hubiera sido obvia la intención de la pregunta. Ante una mejor explicación, prefiero no escoger ninguna. De todo, sólo quedó en mi diccionario, que relevo es ayuda que llega, cuando uno tiene demasiado orgullo para pedirla
.

La lata de Garbanzos : relevo

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