lunes, 24 de febrero de 2014

Elección

s. m. Opción que se toma entre varias, en función de una preferencia.
Dice la sabiduría popular, que el hombre es un animal de costumbres. Tengo conocidos a los que les calza esto por lo de “animal” y no por la “costumbre” pero ése es otro garbanzo. Una de esas costumbres, era subir montaña los sábados. Siempre muy temprano, para no pensar en todas las excusas para quedarme durmiendo.

A pesar de haber dormido poco la noche anterior, ese sábado subí al Ávila. Al llegar me acosté en la grama a tomar algo de sol como una iguana, cerca de un joven que conversaba con la que podría ser su madre, en un banco a unos metros. Mi abuelo decía que tengo oído de perro, por lo que escuché su conversación. Reconozco que no hice mucho esfuerzo por evitarlo.

Sin quererlo, estaba de oyente en una consulta privada. La señora resultó ser una clarividente y el muchacho algún amigo o cliente, con una duda ya tan popular como aburrida: irse o no del país. Al principio pensé que debía alejarme, pero el pensamiento no duró mucho. Esto escuché:

- Andrés, gracias por la invitación, fue un buen ejercicio y la vista una gran recompensa. Dime ahora ¿qué quieres saber? ¿Cuáles cuerdas tientan tu mano? ¿Qué pasa con Alicia?

Andrés habló por un rato de una relación que se había vuelto aburrida y gastada, culpando a un país que los estaba abrumando. Quería cerrar un ciclo y abrir otro, pero no lograba dar el paso de abandonar lo que había construido: un trabajo regular, una casa y dos hijos acostumbrados a sus abuelos. Necesitaba saber, dónde estaba su futuro. Esto recibió como respuesta:

- En tu futuro siempre estará Venezuela, porque el vínculo de nacimiento no se puede romper. Puedes ir prestado a otras tierras, pero ésta siempre será la tuya. No hay un solo futuro, aunque a veces lo parece. Todos los días, a toda hora tienes opciones. Yo he tenido la bendición de ver esas opciones, parte de ese mundo invisible a la mayoría. Veo en el aire cientos de hilos que nacen de cada ser vivo. Cada cuerda es un camino que te lleva si lo deseas, a un espacio distinto, a un futuro diferente. Aunque muchas cuerdas terminan en el mismo sitio, recorren tiempos y lugares distintos. Yo no debo decidir en tus cuerdas. Si te sirve de ayuda, las dos que se te presentan ahora llevan a la misma tierra.

Con cara de resignación, Andrés agradecía la respuesta, aunque notoriamente no era la que esperaba. Luego de un rato de silencio ella continuó:

- Quieres escuchar otra cosa. Entiende lo que te digo. Si quieres irte hazlo, vuelve lo que tienes mil pedazos, es tu decisión y tu derecho. En una de las cuerdas hay nostalgia y tristeza, porque la emoción de lo nuevo no puede ser sino eso, algo que dura lo que tarda la novedad en convertirse en costumbre. Paga el precio del dolor y tendrás lo que ansías, habrás vivido tu deseo y no tendrás la duda de lo que pudo ser.

No podía dejar de pensar en lo hábil de la respuesta, todo era válido, no se comprometía en una recomendación. Andrés podía hacer lo que quisiera, pero el final iba a ser el mismo. No estaba oyendo lo que esperaba y parecía más confundido. La clave venía a continuación:

- Toda elección es una renuncia. Subimos a la montaña y dejamos de ir al parque. Si almuerzas pasta, renuncias a la pizza. Tomas un trabajo al descartar otro. Si compras una camisa azul, dejas la amarilla, si compras las dos dejas de ahorrar dinero. Llámalo Costo de Oportunidad, si quieres un nombre elegante. Las elecciones tienen precio y traen abandonos. Cuida que tus elecciones no estén nubladas por el brillo y la publicidad, no compres los sueños que ya no tienen valor, porque fueron pero ya no son. Veo que lamentas no haberte ido ya, sientes el fracaso de haber esperado tanto. Tu éxito no depende de que tan rápido te fuiste, sino de lo que luchaste por quedarte.

No entendí cómo veía la señora las cuerdas, pero aprendí ese día que debemos parar un momento al tomar una decisión, y dar una oportunidad a las opciones, a la renuncia obvia. Total, si mis cuerdas me llevarán al mismo punto, mi convicción de hoy compensará lo perdido, sin daños a terceros.

Para los que se pregunten qué decidió Andrés, lamento no saberlo. Se fueron antes de la conclusión. Por supuesto no iba a preguntar, porque una cosa es ser un oyente accidental y otra un periodista no invitado.


La lata de Garbanzos : elección

sábado, 15 de febrero de 2014

Identidad

s. f. Rasgos propios del individuo, que lo diferencian del colectivo.
Las antiguas casas de expósitos eran lo que hoy son orfanatos: ahí las madres que no podían hacerse cargo de sus hijos, los dejaban anónimamente. Esos niños recibían apellidos según el santo del día, aunque a veces acababan con el apellido idéntico, que delataba su condición de huérfano: Expósito.

Cuando pienso en identidad, pienso en mi raza, en la bandera de Venezuela, en los apellidos de mi familia, y en todo lo que me trae orgullo. Con esta sensación, entraba a una oficina de identificación en Madeira, donde un hombre salía molesto a toda velocidad. En su carrera, hacía bruscamente una pausa frente a mí, y estrechaba mi mano antes de que pudiera reaccionar, antes de perderse en las calles:

- Mucho gusto, me llamo Pedro … Pedro Nada

En la sala de espera, la recepcionista dejaba de contener la risa y soltaba una carcajada a todo pulmón.

Algo que deben saber de los portugueses, es que es común usar primero el apellido de la madre y luego el paterno. Gracias a la astucia de las oficinistas de Identificación y Extranjería en La Guaira, mi hermano Luis y yo apellidamos por mamá Henriques mientras que mis hermanos menores son Da Silva. Esto nos entretuvo con frecuencia, decidiendo quiénes eran adoptados y quiénes no. El Henriques era de mi abuelo, y el Da Silva de la creatividad de la oficinista de registro en Cámara de Lobos(1), en complicidad con una vecina, que ayudando a mi abuela con los once niños, iba a registrarlos con los apellidos que recordaba o mejor le parecían.

Mientras tramitábamos nuestra nacionalidad europea, a la que teníamos derecho por sangre, fui a Portugal para verificar que los registros fueran correctos, y evitar un apellido nuevo en mi Billete de Identidad. Fue allí donde tropecé con Pedro, un inmigrante de Angola, que se casó con una chica portuguesa. Por una razón que desconozco, con el matrimonio tomó el apellido de su esposa, cambiándolo por el suyo y convirtiéndose en Pedro Figueira. ¿El motivo? sólo se me ocurre que no quisiera ser reconocido como angoleño para evitar discriminación.

A estas alturas deben haber notado que muchos apellidos portugueses son árboles frutales. Según la especulación, son producto del cambio de algunos apellidos judíos. Así, Pereira viene de Pera, Macieira de Manzana, Oliveira de olivo, Figueira de higos, etc.

Luego de cinco años de matrimonio, Pedro se divorció y acudió de nuevo a la oficina de Identificación, para solicitar que de su Billete de Identidad, fuera removido el apellido de su esposa. Esto, literalmente fue lo que hicieron. Cuando Pedro buscó su nuevo documento, no tenía apellido, sólo el Nombre: Pedro.

Luego de una discusión que se había subido de tono, por lo que toda la sala se enteró de la historia, Pedro explicaba que no podía salir a la calle sin apellido, que para él era obvio que remover el apellido de su esposa implicaba volver a poner el suyo. Entendía que no lo había escrito, pero que ellos contaban con su expediente y que debían ser capaces de hacer algo más de lo que habían hecho. Los gritos incluían frases como:

- Hasta los huérfanos tienen Expósito. Yo sé quién es mi mamá.

La testaruda oficinista, digna representante de los empleados públicos, que encajaría perfecto en las oficinas de Venezuela, le enseñaba la solicitud:

-    Usted puso “Quitar el apellido Figueira” no puso colocar otro. Eso fue lo que hicimos, es su culpa. Haga otra solicitud (no hoy, le toca los jueves) y venga en un mes. Mientras tanto usted no tiene apellido.

Durante un mes, el angoleño tendría que responder todos a los días a la pregunta: ¿Pedro qué? sólo podía desearle buena suerte. La recepcionista, tras parar de reír, contando a los recién llegados lo ocurrido, concluía su relato con una reflexión interesante:

- Igual él no era nadie. Desde que tomó el apellido de su esposa quedó sin identidad. Si dos personas se juntan no pueden volverse una. Una pareja es como esas columnas que sostienen el techo triangular en la entrada de las casas. Si se alejan demasiado la casa se cae, pero si se juntan hasta volverse una, cae también. La gente no distingue “apoyarse” de “recostarse”. Recuperar su apellido es fácil, lo difícil es explicarle a la gente que durante cinco años, él fue otro. Sus logros son ahora de un extraño. Debería estar prohibido que hombre o mujer tome el apellido del otro.

Tengo amigos que han homologado desde sus gustos hasta su forma de vestir. Han hecho común a su equipo favorito de fútbol, a su género de películas y a sus comidas preferidas, en nombre de la convivencia, al amparo de la comodidad. Eso me parecía una relación normal, que se fortalecía. Hoy creo, sin que nadie tenga que estar de acuerdo, que la identidad es algo que se pone en riesgo cuando uno se enamora, de una mujer o de otra bandera.

La lata de Garbanzos : identidad
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(1) Un pueblo pesquero en la zona centro-oeste de la isla de Madeira, Portugal. Hace muchos años, era el hogar de la foca monje, conocida por los portugueses como “Lobo Marinho" o Lobo marino. De ahí su nombre.

domingo, 9 de febrero de 2014

Inflación

s. f. Proceso económico provocado por una subida continuada de los precios de productos y servicios, y una pérdida del valor del dinero para poder adquirirlos o hacer uso de ellos.
Mucha gente confunde inflación con aumento de precios, algo que corre en el país como una liebre. Creen que cuando se aumenta el salario (que es la tortuga) la inflación es alcanzada y destruida. Esta comparación esperanzadora, que nos hace imaginar que la tortuga ganará un día, es sólo una ilusión. Lo cierto es que en países como Venezuela, la que se queda dormida es la tortuga, y el dinero pierde su poder de compra, por lo que el ahorro es una mala idea en el largo plazo.

En 1972, vivíamos en La Guaira, compartiendo casa con mis abuelos, tan cerca de la iglesia como aguantaba el presupuesto. La llegada del menor de mis hermanos pedía una casa más grande, de preferencia en una buena urbanización residencial. El trabajo había permitido a mis padres ahorrar Bs 20.000 para comprar el terreno. Para construir 350 metros faltaban Bs 40.000. Como era costumbre, los préstamos se buscaban en la familia, no en los bancos.

María José, hermana de mi abuela y casada curiosamente con José María, hermano de mi abuelo, había hecho buen dinero y con gusto lo ofreció, llevándolo a una de las acostumbradas reuniones mensuales de domingo. La primera vez que escuché a mi hermano José Luis hablar del préstamo, dijo:

- La casa donde crecí, se construyó con un fajo de billetes, que la tía sacó de una teta.

Confirmando la versión con mamá, no era un fajo de billetes sino dos, lo que tiene lógica para nivelar el busto. Eran 80 billetes amarillos de 500 bolívares. Para los que se preguntan ¿por qué llevaba el dinero en el sostén?, lamento no tenerles respuesta. Cuando he preguntado por esa costumbre que aún es vigente hoy, he recibido malas caras y pocas respuestas. El razonamiento más popular sugiere que es un lugar seguro, donde pocos ladrones se atreverían a meter la mano. Una respuesta curiosa sugiere que el papel apilado forma una especie de escudo antibalas, nada despreciable para una ciudad como Caracas.

Con todas las gavetas necesarias para ser atiborradas, se contruyó la casa de donde salieron muchas palabras de mi diccionario.

Con los años, empezó a sobrar el espacio a medida que nos íbamos, y mis padres quisieron mudarse a un sitio más pequeño, donde no diera tanto trabajo atender patios y plantas. Construyeron una vez más en 1997, con un presupuesto de Bs 40.000.000, en un terreno que papá ya había adquirido hace años. Con ese dinero se hubieran construido 1000 casas, cuando se hizo la nuestra.

En 25 años, el precio de construir se había multiplicado por 1000 y los billetes más grandes en circulación eran los de 20.000 bolívares. Afortunadamente teníamos el dinero, porque el pecho de la tía no hubiera soportado 2.000 billetes.

En 2008, se cambió la moneda al extrañamente llamado bolívar fuerte, eliminando tres ceros, para que no nos diera vergüenza tener una moneda tan devaluada. Además, a las calculadoras viejas se les estaban acabando los dígitos.

Si en este momento usted está tan confundido como imagino, haga como yo, cuando le pregunten ¿qué es inflación? Responda que en un país hay inflación cuando el dinero que cabía en una teta, necesita un guacal. Puede pensar también, que con el dinero que construyó nuestra casa, ahora puede comprar unos gramos de bacalao.

Mi papá aún conserva la casa donde crecimos. Luego de dos saqueos, innumerables robos y un horario que pocos podrían soportar, también mantiene abierta su bodega. Testarudez y falta de ideas para su tiempo libre lo mantienen activo. Aunque pocos lo entienden, cada vez que un cliente le dice que algo ha subido mucho de precio, él responde:

- No señora, el producto no está caro, es el bolívar el que no vale nada.

Lo curioso es que lo dice todos los años, porque cada año es igual. Aprenda usted a vivir con inflación, porque no es un problema, es parte de estar en Venezuela. Tómele cariño si puede, para que no le afecte tanto y no lo paralice.

Los bustos, por su parte, cada vez se usan menos como monederos, porque la moda ha promovido una nueva inflación, una que si apreciamos todos.

La lata de Garbanzos : inflación

lunes, 3 de febrero de 2014

Gaveta

s. f. Cajón corredizo que se encuentra en muebles y escritorios. Usado regularmente para guardar lo que se quiere a la mano.
Los persas, que eran los mejores del mundo fabricando alfombras, deliberadamente dejaban una puntada suelta en su obra. El fin de este gesto, inexplicable en apariencia, era no dejarse llevar por la idea de que podían hacer cosas perfectas, dejando sólo para las obras de Dios esa posibilidad.

Mi madre por su parte, que no hacia alfombras, honraba a Dios cada día, con especial énfasis en los domingos, donde para ir a misa, había que despertarse absurdamente temprano. Además, había preferencia por la capilla de la escuela naval cuando se podía, para mostrar aún más respeto.

La rutina dominical pasó por años, hasta que pregunté un día:

- Mamá, ¿Dios quiere que vaya a misa con sueño, a ocupar un banco sin atender a lo que dice el cura, sólo esperando sus palabras mágicas: Podéis ir en paz?

Al parecer no, y desde aquel día, pude escoger cuando ir a misa, con la condición de que cuando fuera, prestara atención y compartiera mi opinión sobre el sermón de vuelta a casa, estuviera o no de acuerdo. Así los domingos pasaron a ser solamente, el día de acomodar las gavetas.

Algo más que deben saber de mamá, es que en su vida anterior fue una ardilla. Ella guarda para el invierno (que en Venezuela nunca llega) toda suerte alimentos duraderos como guisantes, aceite de oliva, aceitunas, chocolates, atún, harinas y todos los cereales. También colecciona contenedores plásticos con tapa, que pueda usar en un futuro para guardar algo más (en resumen, más gavetas). Este stress por el espacio vacío (tan útil en la patria de hoy) unido a su habilidad espacial para colocar de canto las latas hasta que la gaveta cierre con dificultad y no abra más, provocaba la ira mensual de papá, y la envidia de cualquier jugador de tetris. Es una cultura de guerra, que terminaba mal siempre por la misma causa: papá necesitaba encontrar algo y escuchaba:

- Debe estar en alguna gaveta, creo que en la cocina

Han sido cinco casas que yo recuerde, con diferentes gavetas que tienen algo en común: nunca han sido corredizas. Están siempre al 115% de su capacidad, y requieren habilidades de escapista para abrirse, desmontando los rieles o metiendo las manos para tratar de aplastar parte del contenido hasta que abran.

Hasta hace dos años, si lo que papá buscaba no se encontraba rápido, empezaba la fiesta de gritos. Llegada la calma y la resignación, él desmontaba todas las gavetas, reclasificaba su contenido, botaba las cosas vencidas y dejaba todo ordenado, hasta el próximo mes. Todo acabó cuando, cansado de la recurrencia y muy molesto, mi hermano le dijo:

- ¿Será que dejamos de tener una discusión por esto? Mamá tiene sus manías, como todo el mundo. Si además de todas las cosas buenas que tiene no tuviera esos pequeños defectos, hubiera sido mucho para usted y no se la hubiera quedado como esposa, con lo que yo no estaría aquí. Dé gracias a Dios por sus manías y sus gavetas, que cada gaveta es el hilo suelto de la alfombra persa.

Hoy las gavetas siguen iguales. Papá dejó de acomodarlas, abandonó las peleas los domingos y mamá duerme tranquila, preparada para una escasez real o imaginaria, saqueo, guerra o revolución bonita. Ya no se acomodan, porque liberar espacio sólo significa que hay que salir a comprar para llenarlo.

Un truco final para buscar atún en casa de mis padres: no empiecen por la cocina. Hay más posibilidad en los topes de las camas (hechos originalmente para almohadas) o en el maletero, si se pudiera entrar y cuya puerta requiere dos personas para cerrar. Tal vez el mueble del televisor de la sala, pero ese lugar ya está muy trillado, y no es seguro.

La lata de Garbanzos : gaveta