miércoles, 28 de mayo de 2014

Ídolo

s. m. Cosa o persona excesivamente amada o admirada.
En mi infancia nunca faltó la música. Mi padre escuchaba rancheras en su pick-up(1). Siendo portugueses, aún me pregunto de donde vino su gusto por la música mexicana, en lugar de los fados(2). Mi madre escuchaba cualquier cosa sin mucho ánimo, con algo de preferencia por la música romántica de cantantes españoles. Ella tenía una lógica más geográfica, si pensamos en Portugal como un apéndice de España.

Regresando de la universidad a estudiar en casa de una gran amiga, encontré a su madre empaquetando su orgullosa colección de vinilos(3) favoritos, acompañada de una amiga. Su decepción obligó la pregunta:

- Sra. María ¿Por qué tan triste? ¿Estamos regalando discos?

- Les presento a Lucía, son para ella. Ya no me gustan tanto. Siempre me quedará Perales.


Luego de un largo retiro de uno de sus cantantes favoritos, la radio promocionaba “el regreso del ídolo”. Preparada para comprar lo que publicara y volver a su concierto, le vio dar su primera entrevista. Con el pelo hasta el cuello, algo de maquillaje y un nuevo estilo de vida, el ídolo acababa de morir.

- Me siento engañada. Ingenua es lo que soy, de la cintura para arriba y de la cintura para abajo. Creer en él, acompañar su carrera y comprar sus discos, para cambiar al mundo. Es que él ponía música a mis pensamientos. Ahora me pregunto si eran sus letras, sus sentimientos, o los de algún anónimo que nunca recibió mi admiración, ni estaba en mis oraciones. Hacer un regreso para eso, mejor estaba yo con él retirado. Guardé con celo una copia falsa de un sueño auténtico.

Lucía, encogía los hombros y daba consuelo:

- Lo admiramos por su voz, por su atractivo. Pero el cuerpo cambia, los gustos, las prioridades y aunque con menos frecuencia, los valores. Tiene ese derecho, es un ser humano. Quédate enamorada de lo que fue. La felicidad que te dio ya no te la pueden quitar, pero no te aferres al pasado, porque el pasado tiene ese gusto por la nostalgia y la tristeza, como el futuro gusta de la ansiedad.

¿Y si el ídolo es un presidente, que no cumple su promesa? ¿O admiramos a un país? Con los años, mientras Venezuela cambiaba a una versión grande de Cuba, muchas veces sentí la misma tristeza, ese empeño de que volviera a ser la de antes, la que yo recordaba, sabiendo que eso no iba a pasar. Aunque nunca dejé de verle el lado bueno, y estar en el presente, en un descuido me atacaba la nostalgia del pasado, o la ansiedad y miedo del futuro, en donde sólo faltaba que nuestras mujeres se prostituyeran alrededor de los hoteles, por jabón y dólares turistas. Dicen que el miedo es libre, y que casi siempre es infundado. Eso deseaba para el mío.

De María, siguió siendo una fan, pero aclaraba: “… de como cantaba en los 80”. Las nuevas letras no le gustaban, menos aún su aspecto, ella era una romántica. Desde ese día, un ídolo es admiración, con fecha de vencimiento.


La lata de Garbanzos : ídolo
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(1) Sistema de reproducción de sonido electromecánico analógico, hijo del gramófono (sustituyendo el cilindro de fonógrafo por un disco). También conocido como tocadiscos, giradiscos, tornamesa, fonochasis y plato.
(2) Es la expresión más afamada de la música portuguesa. Una sola persona, acompañada por la guitarra portuguesa, canta a la melancolía, la nostalgia o a las pequeñas historias del diario vivir de los barrios humildes; pero especialmente a la frustración y al fatalismo.
(3) El disco de vinilo es un formato de reproducción de sonido basado en la grabación mecánica analógica. Se llama así porque los poli-vinílicos eran el material habitual de fabricación, aunque también podían ser de aluminio.

viernes, 23 de mayo de 2014

Moral

s. f. Creencias y normas que guían el comportamiento de las personas, siendo el parámetro para saber cuándo algo está bien o mal.
Con un casco que difícilmente le cubría las orejas, Dolores sorteaba el tráfico de las 5:30pm en Caracas, agarrada del conductor de la moto-taxi. Se había prometido no hacerlo más, porque ir en moto la hacía sentir vulnerable, pero se había retrasado en sus informes para la junta, y no quería llegar tarde a clase otra vez. Entonces, dejó su carro en el estacionamiento del Centro Empresarial. Algún compañero le llevaría de vuelta.

Todo normal hasta San Bernardino, cuando su conductor se detuvo en el semáforo rojo, frente a una parada de autobús. Allí estaba una anciana bien vestida, que parecía haber salido de la clínica, esperando a su chofer. Con la moto detenida, el conductor aparentemente zurdo, se persigna con la mano derecha y saca una pistola con la izquierda, apuntando a la anciana y pidiéndole la cartera. Ella, visiblemente sorprendida, lo mira con asombro y se la entrega. La moto cruza la calle mientras el conductor hábilmente coloca la cartera recién robada a su espalda, en el regazo de Dolores.

Ella se sentía aturdida, como si fuera a desmayarse, mientras un policía imaginario o un testigo armado los perseguía, disparándole en la espalda, convertida ella como estaba, en un escudo. Por fortuna nada de eso pasó y llegaron al instituto, donde Dolores, pálida como una hoja de papel, se bajaba con cautela, devolviendo el casco y ofreciendo su propia cartera. El motorizado sólo le recibió el casco:

- No se equivoque señora, yo no robo a mis pasajeros, son 60 bolívares.

Controlando sus nervios, sacó un billete de 100 y se lo entregó. El motorizado revisó entre sus billetes para darle cambio y reunió 30 bolívares, los 10 que faltaban los encontró en la cartera robada. Dolores no dijo palabra, sólo quería que se fuera. Aun temblando, entró al salón y nos contó su travesía. El irónico tema del día: “Ética de la empresa”, acababa de cambiarse por: “Moral del motorizado”.

El estudio de casos era el mecanismo predilecto del programa que cursábamos, pero los casos siempre estaban preparados y los profesores sabían cómo manejarlos. Esta vez teníamos uno fresco, al que tal vez por error, trataron de sacarle punta.

Como siempre, hay un grupo de rebeldes que defiende al que consideran más débil, aunque no lo sea, tratando de amortizar sus acciones con cualquier atenuante que pueda confundir a la audiencia, con grises donde muchas veces sólo hay blanco y negro. Nuestros pocos defensores de los desvalidos, compararon al motorizado con Robin Hood(1), destacando su fe, reflejada en la señal de la cruz antes del robo y su compromiso de cumplir al cliente. En lugar de espada, llevaba una pistola, porque se entiende que estamos en una época distinta. Además, uno de ellos se negaba a llamarlo robo, y prefería referirse al incidente como una recuperación de su patrimonio, venido a menos por la injusticia social en Venezuela. Dolores, visiblemente ofendida, les respondía en un tono que seguramente en otras circunstancias no usaría:

- Presos deberían ir ustedes con él, por secuaces y alcahuetes. Su familia no les enseñó que no se debe robar. ¿Les hubiera parecido divertido si estuvieran en mi lugar? Por morales de papel como las de ustedes, es que este país está destruido. No compartan mi mesa en la cena, porque van a pasar un mal rato. No sé quién es más culpable, el que comete el delito o el que se hace ciego y no lo condena.

La mitad de los rebeldes recogía su opinión, reconsiderándola o temiendo que Dolores les golpeara. Los pocos que se mantenían en pie, al mejor estilo del que se equivoca y no reconoce su error, alzaban la voz y se radicalizaban:

- Al final no te pasó nada, sólo un susto que contarle a tus nietos. ¿Y la otra parte de la historia? Ese pobre hombre, ¿quién sabe las necesidades que tiene? Estamos en un país de injusticias, donde la necesidad tiene cara de perro. Ese termina muerto más temprano que tarde y “se acabó”. Le das demasiada importancia. Déjalo para un “reality show”. Al final a ti no te robaron nada ¿o me equivoco?

Yo reconozco al equivocado por su necesidad de gritar, para que el otro se calle, mientras se siente perdido. Cada vez más ofendida, Dolores trataba de contener la calma:

- Entonces todo está bien. ¿Yo debo desearle la muerte para sentirme protegida? ¿Qué hace falta para que les parezca mal? ¿Qué me hubieran matado? ¿Que la anciana fuera familia de alguno de ustedes? Mañana le voy a pedir a mi marido que me acompañe a clase, con su arma de reglamento, para que tengas una anécdota que contarle a tus nietos. Llega temprano para que no te la pierdas.

El profesor calmó las aguas y suspendió el debate, Dolores estaba muy involucrada. La calma se sirvió con la cena, junto a la indignación y las ganas de venganza. Y es que para hablar de ética y de moral hay que empezar por distinguir lo que está bien de lo que está mal. ¿Existen las cosas “medio malas” o “neutras”?. ¿Dónde pasar una raya? Venían a mi memoria esas clases de lógica difusa, en donde las cosas no eran ciertas o falsas, blancas o negras, ceros o unos, sino que valía: “bastante cierta” o “casi siempre falsa”.

Alguien asomó un lugar común: Está bien si puedes dormir tranquilo. Pero para eso hay desde Valium, valeriana y otras hierbas, hasta un tetero de lechuga. Aún más fácil, si no tenemos vergüenza ni respeto por los demás, en un éxtasis de egoísmo podemos explicar cualquier acción. ¿Dónde se le perdieron los principios al motorizado? Si es que los tuvo alguna vez. O ¿es que su historia es sólo de finales? ¿Qué aprendió de su heroína, en su casa sin papá? ¿Alguien de su familia le trajo sopa?

Mi papá decía que el que roba un lápiz o una fresa, puede robar un banco, porque no es menos robo si lo que uno se lleva es poco. La moral es como una semilla de manzana, hay que cuidarla mucho, para que un día sea el árbol fuerte que dé frutas. Necesita mucha agua y respeto, el ejemplo de la casa, para que se haga costumbre y no se pueda vivir sin ella de adulto.

Mientras el motorizado duerme tranquilo, Dolores le desea la cárcel o peor, mientras aprende a vivir con miedo y se siente vulnerable y abusada. El Libertador debe estar revolcándose en su tumba recién profanada, porque a su país se le dobla la moral, y de paso le parpadean todos los días las luces.

Las palabras complicadas tienen casi siempre una forma simple. Moral puede tener mucho latín para filosofar (moris - costumbre), pero es harina del mismo costal, adorno en el mismo árbol. En mi mundo de muchos, como la honestidad y tantas más, la moral es la fruta de la buena semilla.

La lata de Garbanzos : moral
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(1) Según la leyenda, Robin Hood era un barón de gran corazón que vivía fuera de la ley, escondido en el bosque de Sherwood, cerca de la ciudad de Nottingham. Hábil arquero, defensor de los pobres y oprimidos, luchaba contra el sheriff y el príncipe Juan, que robaban a los pobres para agrandar las fortunas de los nobles.

Sobre este garbanzo se ha escrito en:


¿Cómo definimos la moral? ¿Distinguimos el bien del mal? Acompáñanos en este rico debate, muy necesario en los tiempos que corren.
www.inspirulina.com/moral.html

miércoles, 7 de mayo de 2014

Relevo

s. m.Sustituir a una persona por otra en un empleo, cargo u otra actividad.
En ocasiones cuando despierto, no entiendo dónde estoy. Y no es que acostumbre amanecer en cualquier sitio, pero a veces la conciencia no ha calentado todavía y el cuerpo ya se ha levantado. Toma unos segundos entender dónde me quedé dormido.

Esto empezó una noche de cine, en la que me dormí viendo una película muy lenta sobre un paseo por unos viñedos. La amplia butaca, cómoda por demás, me hizo creerme en mi cama. Sin abrir los ojos pensé:

- ¡Otra vez me dormí con ropa!

Acto seguido me quité la franela. Con una mano buscaba la cobija inexistente y con la otra daba cuenta del pantalón, cuando Cris reaccionó con un golpe de codo en las costillas que aún recuerdo con “cariño”. Desde ese día, los despertares lentos pasan por un chequeo rápido que incluye vestir al menos ropa interior.

Era otro de esos días. Algún peregrino del albergue se levantó antes de las 4:00am, con la gracia que caracteriza a un rinoceronte: tropezando y despertando a todos. Luego de un minuto, ya me ubicaba en España y en el Camino, era el último día con mis primeros nuevos amigos.

Sonja no podía alargar más su viaje, sus reptiles la esperaban en Austria. Antonio ya se había despedido; enganchado hace tres pueblos con una hospitalera. Melanie debía encontrarse a la mañana siguiente con su madre para iniciar sus vacaciones conjuntas en alguna playa en las costas de África. Era una jornada sobre los 30 kilómetros si mal no recuerdo.

Recogimos los morrales y salimos a caminar hasta encontrar un bar abierto, para el Cola-cao y el bocadillo de tortilla. Desayunados y contentos Sonja se despedía como de costumbre. Cada mañana, luego de comer, ella aceleraba el paso y nos esperaba en un punto acordado, esta vez un albergue a la entrada de Burgos.

Caminamos entre paisajes abiertos, música, monumentos, iglesias, puentes y los ritos de tradición que recomendaba la guía, todo contabilizaba como un buen día. Llegando al punto de encuentro estaba muy cansado, los pies querían parar y las ampollas amenazaban con hincharse. Mala noticia: albergue estaba cerrado por reparaciones. En la puerta de madera pintada de azul y con grandes aldabas, había una nota de Sonja: sigan caminando, hay otro hostal a la salida, yo los anoto.

Seguimos con ánimo, sin percatarnos de que Burgos no era un pueblo más, esto si entraba en el ranking de ciudad. El próximo albergue estaba a unos 10 kilómetros, en un día que ya había tenido demasiado recorrido. Caminamos sin reparar demasiado en los arcos, por demás impresionantes, ni en las afiladas torres de la catedral, sólo queríamos llegar. Cada vez que preguntábamos por cuánto faltaba, la respuesta era la misma: estábamos cerca. Empezaba a molestarme. Me sentía en los llanos venezolanos, donde todo queda “cerquita” aunque uno demore horas en llegar.

El albergue no aparecía y yo estaba demasiado cansado. No lo quería hacer, pero tenía que parar, tenía que tomar algo. Entramos a un bar por una soda. Dejé el morral y el bastón en una silla. La coca-cola estaba fría, me la tomé en un trago y dejé el vaso vacío en la barra junto al pago. Refrescado, debía ir al baño, llamaba el número uno. Lavándome las manos me vi en el viejo espejo. Algo andaba mal, ese no era yo.

Mi piel estaba envejecida y curtida, la barba crecida y llena de polvo. Tenía el cabello menos ralo y un poco más largo. Me vi durante un rato, sin miedo, pensando que realmente necesitaba afeitarme, que necesitaba una ducha, había demasiado abandono, incluso para un peregrino de Compostela, mis ojos eran los mismos. El pomo de la puerta, detrás del lavamanos, era dorado, debían haberlo cambiado hace poco. Lo tomé para abrir y salir a entender qué pasaba, cuando alguien bajó el telón.

Desperté en el albergue, tenía frío, dolor de cabeza, estaba temblando. Me latían los pies y las manos, como si les hubieran puesto corazones. Mel y Sonja estaban sentadas a un lado de la cama, mirándome con preocupación. Otra vez esa sensación que me incomoda tanto, esa falta de ubicación: ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?

Sólo podía pensar en un baño, en borrar la imagen del espejo. Como era tarde había duchas libres y nadie esperando. Tomé mucho tiempo en afeitarme, con cuidado y repetidamente hasta que la barba roja quedó en el drenaje. La tubería de la ducha salía desde el piso, anclada por fuera de la pared por unas arandelas a la altura de la reluciente llave amarilla. Le di varios golpes con los nudillos, aunque todavía hoy no entiendo para qué hice eso ¿de qué tenía la culpa la tubería? Al salir, confirmé de nuevo con el espejo, que ya era yo. Me cosí las ampollas nuevas y salimos a comer. Mitad del camino a la cena estuvimos en silencio, hasta que Mel decidió preguntar:

- ¿Qué te pasó? Estaba muy asustada.

No tenía respuestas:

- No lo sé, no sé cómo llegué al albergue, sólo recuerdo hasta salir del baño, luego del refresco. Lo demás está en blanco.

Me abrazó de un costado, y con una sonrisa caminamos al encuentro de la comida, al parecer ella sabía algo que yo no. En la mesa, terminados los abrebocas, llenó los espacios en blanco:

- Saliste del baño muy pálido, con la mirada desorbitada, algo te había asustado. Tenías la cara rara. Cargaste el morral y saliste sin decir palabra. Tomé tu bastón y te seguí, preguntando qué pasaba. Sólo alcanzaste a decir algo que no entendí, ya no querías hablar inglés. Caminamos a prisa lo que quedaba hasta el hostal y el hospitalero te recibió de buen humor. Al ver los nombres llamó a Sonja, que ya había apartado camas. Le llamó la atención que iniciaras en Caracas y te preguntó si hablabas español, le dijiste que sí y comentaste algo, pero seguías hablando en portugués. Nos quedamos todos un poco confundidos. Sellaste el pasaporte y pagaste de nuevo, mientras Sonja te decía que ya ella lo había hecho. Fuiste a la cama y te quedaste dormido. Temblabas, pero no tenías fiebre. Te vigilamos el sueño hasta que te levantaste, aunque ya estábamos considerando seriamente buscar ayuda.

Lo que oía era el cuento de un extraño. No entendía que pasó, aún hoy no lo sé. Tal vez el cerebro es como un disco duro, que ese día escribió en un sector dañado. Los que saben del cuento me han sugerido desde una droga de contacto en el pomo del baño hasta alguna sustancia en la bebida (los venezolanos gozamos de un toque de paranoia). Otros dicen que fue el efecto de todo el vino que me había tomado desde que llegué a España, que reconozco fue mucho. Tal vez fue “culpa del imperio”. Ciertamente, el cansancio juega malas pasadas. Mel tiene su propia teoría:

- A mi mamá le pasa todo el tiempo. Ella siembra un pequeño lote de tierra detrás de casa. Cuando el trabajo es mucho, medita y pide ayuda. Entonces la ayuda llega a terminar la tarea. Algunos lo llaman relevo, otros “intercambio de estudiantes” aunque esto es para algo permanente. Cuando uno pide ayuda, ayuda recibe. Toman cuenta del cuerpo, tu mente descansa.

Nunca pregunté qué cultivaba su mamá, porque hubiera sido obvia la intención de la pregunta. Ante una mejor explicación, prefiero no escoger ninguna. De todo, sólo quedó en mi diccionario, que relevo es ayuda que llega, cuando uno tiene demasiado orgullo para pedirla
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La lata de Garbanzos : relevo