lunes, 20 de enero de 2014

Miedo

s. m. Sentimiento intenso, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o pasado.
Dos veces al año, la familia tenía que podar la parra. En Venezuela, toda casa, edificio, taller o solar cubierto con la sombra de una mata de uvas tiene portugueses cerca o dentro. En mi casa la parra compartía el tercer piso con el tanque de agua. Yo tenía 12 años y muchas bolsas negras para recoger las hojas, cuando vi a mi tío parado en lo más alto de nuestro tanque. Sus piernas estaban muy juntas y las puntas de sus zapatos al aire, mientras miraba fijamente al piso sin poder moverse:

- ¿Por qué puedo estar aquí, en el borde, a 3 metros de la placa, y no en la otra esquina, a 15 metros de la calle? Es el mismo tanque, es el mismo cemento y es el mismo sol, pero allá me mareo y me tiemblan las piernas.

Esa fue la primera vez que pensé conscientemente en el miedo. Para mi diccionario tenía demasiados conceptos y encuentros, demasiadas versiones, demasiados abandonos en su nombre. ¿Qué tenían en común? Y no quería entrar en su bioquímica, su carácter neurológico o sus hormonas, sólo quería entender ¿por qué tenemos miedo?

Primero pregunté a Mãe, mi ícono de la sabiduría popular, resultado de haber vivido bastante. Ella decía que hay tres tipos de miedo: propios, prestados y tontos.

Los miedos propios son los de nacimiento, y se reconocen porque los tienen los niños y no los viejos. Desaparecen de pronto y sin ayuda, a menos que hayan convertido en fobias o estén demasiado pegados desde otras vidas. De estos miedos el más común es el miedo a hacer el ridículo.

Los miedos prestados son los que se aprenden de alguien más, como el miedo a los payasos  o a las inyecciones. Se curan enfrentándolos, o imaginando desnudo a quien lo incita, aunque esto no debe servir para curar el miedo a las strippers.

Finalmente, los miedos tontos eran los que mi abuela creía que eran inventados, y se curan con correa, como el miedo al ajo, al color amarillo, a la risa  o a las buenas noticias. Algo novedoso de su teoría, es que estos miedos vienen acompañados de pelos, porque venían con la edad. Ella decía:

- Mis nietos son jóvenes y valientes, se enfrentan a todo. Aprovechen empezar todo ahora, porque los años sólo traen pelos y miedos, donde uno menos espera.

Tenía razón, así pasó conmigo. Desde que recuerdo, he tenido miedo a quedarme calvo como mi papá. Cada vez que escuchaba a alguien decir que temía a las canas, yo le respondía:

- ¡Canas, bienvenidas! A mí con tal de que no se me caiga el pelo, puede quedar blanco, verde o rojo. Aunque Mãe me prometió que después de los cuarenta me empezará a salir más, aunque fue en los brazos y la espalda.

Alguien se puede asustar tanto, que es capaz de matar o casarse. Abogados astutos son capaces de liberarte de la cárcel  o del matrimonio, si demuestran que fue impulsado por un miedo extremo. Gracias a Dios mi abuela era Ama de Casa, porque si se hubiera acercado a un tribunal, su interpretación jurídica liberaría a los asesinos de contextura peluda, porque estarían visiblemente cargados de miedo.

En 2007 encontré mi significado del miedo en un viaje a Roraima. Lo copié de Pedro, un guía brasilero que hablaba mientras daba un masaje a las adoloridas piernas de las chicas. Cuando llegas a la cima del tepuy, después de dos días de camino, la impresión del paisaje y lo magnífico de la vista, te hace perder el miedo. Tengo fotos sentado en el borde de las rocas, con los pies al aire frente a cientos de metros de barranco sobre la sabana, con la tranquilidad de un niño en su cuna. Los pemones dicen que eso se debe a la altura y a lo puro del aire. Al lado del Roraima, se encuentra el Kukenam, su hermano negro. Está prohibido a los pemones, porque el aire no es puro y en lugar de sentarse a ver la sabana, los indios piensan que pueden volar, y se lanzan al vacío. Pedro, ignora las creencias y ofrece a los turistas más arriesgados la guía. El servicio incluye su sabiduría en las conversaciones:

- El cuerpo humano sólo entiende dos sentimientos: amor y miedo. No sabe sentir otra cosa, todo lo demás es adorno o confusión. Los celos por ejemplo, son un invento para ponerle nombre al miedo a perder. Cuando el cuerpo regaña o se ofende, casi siempre está amando. Bajo la piel hay un gran pisa-papel de navidad, una bola de agua con pueblito y nieve en forma de escarcha, que se mueve al agitarse. El agua es amor y la nieve es miedo, que debe estar ahí para que tenga gracia, pero sin ser mucha, porque el corazón (que es el pueblo) dejaría de verse. El miedo nos protege, nos advierte y nos alerta del peligro. El miedo es bueno cuando es poco. Si es mucho sólo cabe sacando al resto.

Aunque al principio me pareció un poco cursi la analogía, tenía algo de sentido. ¿Será por eso que los amantes enfrentan cualquier adversidad? Y las madres pelean contra todo por sus hijos. Entonces lo entendí, en ese momento no había espacio para el miedo, estaban borrachos de agua.

La teoría explicaba el miedo a la soledad, que no sin razón, ataca con frecuencia a los que alguna vez perdimos pareja. Desde ese momento nos estamos secando. El agua se va de nuestras vidas, y lejos de hacer un pueblo más grande, dejamos que entre más nieve. Qué bueno el tiempo donde me gustaba más estar solo, donde yo era una buena compañía para mí.

Mi miedo no se cura con terapia ni pastillas, o imaginándolo desnudo. Le hace falta agua, le hace falta pueblo, porque el final de este cuento no es complicado, para mí el miedo es la parte del cuerpo, donde alguna vez hubo agua.

La lata de Garbanzos : miedo

2 comentarios:

  1. Me ha encantado. La última frase es fantástica.
    Por otra parte, imaginarme a un payaso desnudo sólo lo convierte en algo más aterrador. Habrá que buscar alguna otra solución.
    La frase de tu Mãe sobre lo que traen los años es para mandarla a enmarcar :D
    Besos.

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    1. Gracias Cris,
      Van a terminar gustándome más tus comentarios que los escritos :D
      Gran abrazo,
      FP

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