jueves, 3 de noviembre de 2016

Lo que esconden las palabras

EL DIARIO DE UNA OREJA


En 1920, un humilde niño portugués miraba una partitura en una plaza. Se la había quitado al hijo del maestro de guitarra, al que no podía pagar por clases. Su inteligencia y deseo de entenderla no fueron suficientes para descifrar los símbolos, que miró con fascinación hasta el amanecer. No había electricidad, pero la luz de la luna era complaciente. Desde entonces, cuando Juan miraba algo que no entendía y le interesaba, pero que por instinto sabía que podía dominar si le hubieran enseñado, decía con amable resignación:

-Papel de música.

Pasó su tiempo, hasta que la guerra y la dictadura lo llevaron al nuevo continente. Aquí trajo a su mujer, nueve hijos, y sus expresiones, que oyeron luego sus yernos y nueras, mezclándolas con las propias. Llegado el mío, en la época consumida por la ingeniería, Teresa invitó a un grafólogo al intermedio de un extramuro de la empresa. Tras breve introducción, nos dieron papel y bolígrafos:

-Escriban lo que apetezca, un par de párrafos y su firma.

Compiladas las hojas escritas, el desconocido invitado empezó a hablar de los escritores. Parecía mirar más allá de la hoja blanca; sentimientos, actitudes, sexualidad, motivación, todo de un mismo saco. Describía con la misma naturalidad, la relación del autor con sus padres, y su último episodio de gripe. Podía enviar a una chica a perdonar a su marido, o con su ginecólogo para que corrigiera sus dolorosas menstruaciones.

Mi hoja le daba detalles que no tenía forma de saber, más alguno que era información nueva hasta para mi consciente. Como sus especulaciones, por demás ciertas, no se iban a quedar sin explicación, la pedí al final llamándolo aparte. Resulta que parecía ser trivial:

-Me contaste tú. Repetí lo que me dijiste, lo que esconden las palabras. Todo está en el papel. Tu pensamiento pone el contenido, pero tu inconsciente le da la forma. Aprende algo: “como eres escribes”. Yo sólo soy un intérprete, no mates al mensajero.

Entonces se conectaron los puntos. Era 1920 de nuevo, era mi abuelo sentado en la plaza, tratando de entender los símbolos, mi propio papel de música. La fortuna trajo al menos una diferencia: yo podía pagar para aprender a leer, y José Manuel me aceptó en su grupo de estudiantes.

Aprender grafología tiene un comienzo, pero no un fin. Es un extraño y fascinante coctel de estadística, biología y psicología experimental, al que algunos estudiantes han tratado de agregar astrología, intuición y habilidades que no son de la receta original. Es como una cita con el oftalmólogo; cada publicación es un lente, una corrección que va ajustando tu visión para levantar del papel las señales. Esa puerta al niño interior acabado de parir, al que no le han dicho cómo debe sentir o qué debe gustarle. A un folio que aún huele a árbol, que no tiene restricciones ni debe demostrar nada. Está libre de culpa, y sólo advierte que en su disfrute no debe dañar a terceros. Nunca lanzaría la primera piedra.

Cada vez que nos enfrentamos al papel, a ese mundo en blanco, nos quedamos en él junto a Freud, rayando al cielo y a los abismos, entre el ahora, el pasado y el futuro. Y lo creemos un mundo nuestro, pero no lo es, ahí vive gente.

Después de casi tres años, concluyo con asombro que la gente no está sola en su sentir, que lo que “no le pasa a nadie” le pasa a la mayoría, porque somos movidos por la misma energía en forma de sexualidad, reconocimiento o poder. Lo que les traigo es sólo un poco de sentido común, o más bien lo sentido comúnmente, lo repetido. Escuché islas y originalidades, pero se perdieron en los pliegues de la confidencialidad.

Para los que tienen gusto por las metáforas: Si 7 de 10 personas tristes vieran hipopótamos volar, estaría bien que se supiera, porque si no, cada uno pensaría que está solo en el mundo, y preferirá decir que no ve nada. Supongo que a los otros 3 les parecería curioso saber que son minoría. La primera observadora de hipopótamos que escuché me sorprendió por su franqueza ante un extraño. Un poco menos la segunda, pues ya no era novedad. A la sexta le respondí que verlos era “absolutamente normal y cotidiano”. Para la séptima persona, me adelanté preguntándole si los veía, cosa que a nadie le importaba siempre que fuera feliz y no fastidiara a nadie. Entonces sonrió, asintió, y me contó el resto de su zoológico.

Como es difícil desaprender, y mucho viene en combo, lamento no poder evitar los escritos: esas notas que toma el mesonero, las agendas abiertas, o las rúbricas y números de identificación en los talones de los puntos de venta, de esa señora que paga con tarjeta de crédito delante de mí en la caja. Reconozco que puede sentirse como una invasión de la privacidad, porque de alguna forma lo es.

Mientras estudio, hago caligrafía, porque como la hipnosis, esto va en las dos direcciones, y “como escribes eres”. El niño aprende, lento, pero aprende. De las diferencias que tuve con José Manuel, está que yo creo que se puede ayudar mientras se aprende. No somos más relevantes el día de la graduación que en su víspera, salvo por otro papel. Por eso me he atrevido a leer para otros, y a escribir estos “lugares oscuros comunes”, con tantos puentes por conectar. Escribo desde el camino, no desde el descanso al llegar. Confío en que los beneficios serán más que los errores. A nombre de los que se creían solos, hasta que prendieron la luz, bienvenidos a “Lo que esconden las palabras. El diario de una oreja”.

La lata de Garbanzos : Lo que esconden las palabras. Prólogo
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viernes, 8 de enero de 2016

Destino

Fuerza desconocida que actúa de forma inevitable sobre las personas y acontecimientos

Hay algunas cosas de las que tengo certeza, aunque no tengo su explicación científica. Y me he preguntado ¿dónde las aprendí? porque no recuerdo haberlas leído o escuchado. Una de esas cosas es: No todos los caminos conducen a Roma, hay 8 ciudades más en el tablero.

Jugamos en un aeropuerto con nueve puertas, nueve hilos a buen destino. Con ayuda para llegar (guías, ángeles guardianes, intuición o como los quieran llamar). Por cierto, tienen prisa por entregarnos a salvo. Aunque no quisieras participar, es como detenerte en una banda transportadora o una escalera eléctrica: una vez ahí, te sigues moviendo. Cuando yo volaba parapente, sentía que el mundo se congelaba, como si yo estuviera en el centro y el paisaje se desplazara, pero era mentira, sólo era la sensación de mi punto de vista, la realidad es que me seguía moviendo, así funciona esto.

El reto, lo realmente difícil es no perder tiempo en la puerta que no es nuestra, y diferenciarla de una que requiere esfuerzo, que se acompaña de dificultades, porque la felicidad está detrás. Nos preguntamos: ¿Cuántos intentos hacer? ¿Cuánto resistir? ¿Cuándo rendirse? Unos ceden al primer intento, otros ponen “la otra mejilla”, y están los que saben que “la tercera es la vencida”. Pero hay un grupito que aguanta sin fin, pensando “que no hay quinto malo”, que el premio es tan valioso que todo se justifica. Si ellos lo logran, encuentran yeso con pan de oro, dorado por fuera pero sin valor por dentro. No los apoyo, pero los entiendo, si yo tuviera sólo una puerta, o al menos eso creyera, sería empujado por miedo a la resignación.

El día que empecé mi camino a Santiago, en el aeropuerto de Tenerife, mi plan tenía un vuelo a Madrid, un tren a Pamplona y un autobús a Roncesvalles , todo el mismo día ... Cuando vi las puntas de los albergues de Roncesvalles, a unas cinco millas de la frontera, supe que había valido la pena el esfuerzo. Tenía una litera en Itzandegia por una noche, en una gran nave de piedra del siglo XII, restaurada y administrada por La Colegiata. Me dolían mucho las pantorrillas, pero estaba en el lugar correcto, el día que debía estar y no dos días antes, con las personas correctas. El ronquido de 120 peregrinos no era capaz de quitarme el sueño.

Mientras me quedaba dormido, rebotaba en mi memoria el pronóstico del clima en Caracas:

- Tú y tus ganas de perder el tiempo. Entiéndelo de una vez, nunca vas a ser feliz con otra, yo soy tu destino.

Recordaba la decepción que me provocó, el sentimiento de que, en lugar de un legítimo buen consejo, era un epitafio, la amenaza que se aprovecha del miedo. Estaba olvidado. También recuerdo el reconfortante pensamiento de 8 ciudades que aún podrían recibirme, de que el destino es una pluralidad de buenos sitios para escoger donde quedarse. Si tiene usted más de uno como yo, aprovéchelos y llegue sin temor a alguno, todos son distintos, pero todos son buenos. Si no, y le ha tocado sólo 1, tenga paciencia y aprenda italiano, que en Roma hace falta.


La lata de Garbanzos : destino
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lunes, 19 de enero de 2015

Raya

Línea larga y delgada. Término o límite que se pone a algo

Mi teléfono en silencio recibe un par de llamadas, mientras atiendo una reunión de rutina. El buzón de voz anuncia dos mensajes de un número desconocido, y suelta el primero:

- Bendición Fer. Hoy tengo que abandonarla.

Detrás de la voz trémula y asustada está Gabriel. Algo pasó.

Hay oficios para los que uno estudia y se prepara. Otros, se hacen por intuición, o por la inercia de coincidencias y encuentros. Yo sirvo a veces de oído: leo y escucho a la gente, hasta que por sus medios llegan a conclusiones. Y trato de evitarlo, pero a veces se me escapan recomendaciones, con la advertencia de que son sólo opiniones. La mayoría de las veces ayudo, o al menos eso he escogido creer.

Hijo de inmigrantes sin suficiente dinero para un colegio élite, Gabriel soportó años de bullying, refugiándose en los deportes. Le gustan casi todos los que tienen reglas claras, los que tienen rayas, porque donde hay límites claros todos somos iguales. Haciendo deporte no es tan blanco, ni de ojos demasiado claros, o de nariz demasiado extranjera. Él es un optimista con rayas: cuando se propone algo, confía en que Dios le concederá la victoria si es paciente y perseverante. Aun así, decide cuál es la señal que le hará saber que perdió, que debe abandonar porque su meta no fluye, y si aparece ese límite lo respeta. En sus palabras: pone la raya. Sólo tenía tres amores que no conocían raya: su esposa, su hijo Gerardo, y nuestro país. Lleva a Venezuela en la sangre, a su gente y sus paisajes.

Entre sus curiosidades, está pedirme la bendición cuando va a enfrentar o abandonar un reto, cosa bastante inusual si consideramos que no nos une ningún parentesco. Y nunca ha dejado de recibirla. También tiene la costumbre de citar a Cortázar (1) mientras habla.

La primera vez que lo escuché hablamos de su matrimonio, en el que había trabajado duro por cuatro años, negándose a que terminara, alargando un divorcio que era inevitable. Descubrió la raya el día en que supo que su esposa le era infiel, con una mujer. Aunque ella no le pertenecía, trató de recuperarla unos meses luego de la separación, pero ella ya compartía su vida con otro hombre, al que no le importaba lo que pasaba en su cama cuando él no estaba. Quiere pensar que no, pero aún la extraña, se siente cuando cita: "Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás". Él dice que se refiere al país, pero sabe que no es sólo eso.

En los siguientes encuentros, concentraba su energía en el país. Haciendo política en las filas opositoras, pelea con pasión por lo que considera injusto, porque no avance lo que consideraba un socialismo de mentira. Se niega a que la gente se pierda en el discurso, y deje de luchar.

Aunque él sigue peleando, intuye que está perdiendo. Si baja la guardia, le escuchas decir: "Sólo en sueños, en la poesía o en el juego, nos asomamos a lo que fuimos antes de ser esto, que vaya a saber si somos", o "A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera, casi nunca tocan el vidrio con la nariz". Convencido de que no hay negociación posible, incluye: "Cada vez sospecho más que estar de acuerdo es la peor de las ilusiones".

El buzón de voz guarda el primer mensaje, y suelta el segundo:

- Fer, Gabriel de nuevo. De camino al colegio, paré a comprar los cachitos que le gustan a Gerardo. Ella le puso un arma en su cabeza mientras me quitaba el celular. Hoy encontré la raya. Estoy en el aeropuerto, compré el primer vuelo que encontré y te llamo desde la sala de espera. Venezuela ya no me quiere, ya no me pertenece… “Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”.

No sé a dónde fue. No sé si llamará de nuevo. Supongo que si nos quitan dos de tres, nos aferramos como podemos al que queda, aunque nuestra razón pueda sugerir que ninguno fue nunca realmente nuestro. Y viviremos con miedo a la raya, a eso que nos abre los ojos, porque cada vez que se cruza, perdemos.


La lata de Garbanzos : raya
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(1) Julio Florencio Cortázar fue un escritor, traductor e intelectual nacido en Bélgica. Optó por la nacionalidad francesa en 1981, en protesta contra el gobierno militar argentino. Se lo considera uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo. Rayuela fue su mayor éxito editorial, un clásico de la literatura en español.